Nada queda nunca al azar, según lo entendemos los humanos. El azar no es más que la evidencia de una ley desconocida.

Para cambiar la realidad, individual y colectivo, hay que cambiar las creencias que las originan.

Cuando se comprende que hay un propósito, una intención transcendente detrás de nuestros actos, el descubrimiento de dicho propósito se convierte en algo prioritario, por no decir único.

No es cierto lo que a veces oímos de que Dios manda dolor a quienes más ama. Dios no manda ni retira nada. Somos nosotros los que elegimos, sin libertad, porque la coartan nuestran creencias. Y, si de la elección practicada se deriva el sufrimiento o la enfermedad, sabremos que estamos en el error.